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La aventura comienza cuando no sabes que va a suceder después. Mis vivencias en la Gran Vuelta al Valle del Genal de 2017.


Decía Araceli Segarra, la primera montañera española en subir al Everest, que "la aventura comienza cuando no sabes que va a suceder después". Justo eso sentía cuando me puse en la salida de la Gran Vuelta al Valle del Genal (GVVG) el paso sábado a las 5:30 de la mañana.

Concentrado antes de salir.
Atrás quedaban infinidad de pensamientos que esta temporada me están acechando porque se me juntan, por un lado, un exceso de trabajo y por otro, una falta de continuidad en los entrenamientos que merman mi seguridad en mi mismo. Desgraciadamente a un ultra no se puede ir sin confianza ni motivación, se paga.

Esta temporada ya había sufrido la amargura de retirarme de una prueba que quería conseguir, la subida al Veleta en el ultratrail de Sierra Nevada, con 102 kilómetros y más de 6000 metros de desnivel positivos, pero famosa por su calor que normalmente pasa de 42 grados al ser en julio en Granada. Me retiré tras 50 kilómetros mermado por pensamientos negativos de la falta de entrenamiento, falta de fuerza, pero descubrí después que sobre todo fue falta de actitud. No pude soportar sufrir tanto como se sufre en este tipo de pruebas.

Así que pensé que en la GVVG no me iba a pasar pero me equivoqué. Las condiciones climáticas tampoco ayudaron porque en la cola para entrar al cajón de salida ya estaba mojado por la lluvia con ese viento frío que nos daba una sensación térmica cercana a los 0 grados.

Efectivamente salimos lloviendo desde el minuto uno pero corriendo como almas que lleva el diablo para quitarnos ese frío de las horas previas al amanecer. Tras subir al castillo de Gaucín diluviando muchísimo, bajamos por un río de agua como chocolate durante una hora con agua hasta las rodillas en varios tramos y llegamos a un estupendo barrizal que muchos compañeros bajaron hasta sentados en el suelo como cuando éramos pequeños y nos resbalábamos por un tobogán con la tapa de un water. Y así llegué al kilómetro 36, en Genalguacil y volvieron mis fantasmas: “Jara, estás muy cansado, no has dormido mucho en esta última semana porque el trabajo de Almería es absorbente y es lógico que estés destrozado”. Y otra excusa: “Jara, te faltan fuerzas y por eso vas tan lento en las subidas, es lógico porque no vas al gimnasio hace mil vidas”. Y una más: “Jara, piensa en una excusa digna, por ejemplo retirarte tras 50 kilómetros porque las condiciones son casi extremas y estando empapado tantas horas es normal”
 
Y con estos pensamiento seguía adelante empujado por buscar la dignidad pero no empujado por disfrutar, por superarme a mi mismo, ni tampoco empujado por la épica. De nuevo me faltaba actitud que se había quedado en el barro que nos cubría por todos lados tras las caídas. Y recordé lo aprendido en Sierra Nevada, busca dentro de ti la motivación y no dediques tiempo a pensar negativo, y eso hice pero con el horizonte de retirarme dignamente.

En Jubrique me ocurrió una de la anécdotas del día. El avituallamiento estaba dentro de una antigua hamburguesería que estaba cerrada y donde habían puesto unas mesas y allí estaban dos señoras mayores, bajitas y que nos trataban a todos maravillosamente, como si fuéramos sus nietos: “¿que quieres hijo, agua o isotónico?” Coincidimos varios corredores y el ambiente era muy simpático y entonces uno le pregunto a la señora la típica pregunta que no se debe hacer porque la respuesta se te repite luego mil veces y casi siempre para mal: “Señora, ¿ahora que viene?” Y los demás lo miraron como diciendo, hombre que es una mujer muy mayor, ella que sabe... pero la abuela respondió: “ subida al Jardón, muy dura, 10 kilómetros, los 6 primeros por pista y luego cortafuegos” Y claro la carcajada colectiva fue mayúscula.

Saliendo de Genalguacil
Comencé a disfrutar precisamente en la subida al Jardón, en el kilómetro 50, mítica cumbre en esta prueba porque es muy larga y porque se encadenan efectivamente 7 cortafuegos tremendos y que con el barro que tenían eché de menos hasta los crampones; para luego seguir subiendo por sendero hasta la cima más alta de la prueba, a 1158 metros de altitud y desde donde se ve hasta el mar en la bahía de Algeciras a casi 100 kilómetros. Y claro, comencé a disfrutar.

En la bajada corriendo porque hacía un frío tremendo, encontré a los que fueron a la postre mis máximos benefactores para este reto: José Ramón Pacheco y Paola Rivadeneyra del club amigo CEM de Marbella, con grandes compañeros y campeones marchadores nórdicos y nuestra monitora compañera María Maestro. Y hicimos equipo. Iban más fuerte que yo, muy apoyados por su club que les traían de todo en los avituallamientos y eran gente muy maja que algunos ya me conocían. Yo sufría para seguir su ritmo en las subidas y luego corrían en bajada y en llano trotando y yo de nuevo sufría. Pero me dije, total, hasta donde llegues y si te tienes que parar pues te retiras. ¡Horror de nuevo! Pensamiento negativo recurrente.

Pero aguanté con ellos y al llegar al cambio de ropa era otro Jara, casi con 70 kilómetros en las piernas y lo más duro realizado comencé a sentirme mejor, recuperé las ganas, la cabeza, la motivación; estaba donde quería estar y tenía un objetivo: ACABAR. Llegué al avituallamiento y allí estaba mi compañera Victoria, sufriendo conmigo. Me había visto antes en otro punto la cara que llevaba y tras casi 30 años juntos sobran las palabras, me lee como si fuera un libro abierto. La sangre en esos momentos está en todos lados menos en el cerebro y no la cuidé mucho y le pido disculpas. No quieres que se te olvide nada, comer, beber, cambiar a ropa seca aunque sea para mojarse a los 5 minutos, coger pilas, rellenar la sales, consultar rutómetro, comer más sin ganas, intimar con la vaselina y un largo etcétera. Pero ella me ha dicho luego, que vio como de allí salía otro Jara y es verdad, ya pensaba de otra manera, ya tenía sensaciones montañeras y de corremontes que está viviendo lo que quiere, una aventura emocionante llena de épica.

Y así salimos juntos con otro gran compañero que se nos había unido anteriormente, José Luis Fernández un corredor de maratones sevillano y que a la postre tendría un papel fundamental en mi carrera. Una excelente persona.

Y nos dispusimos los 4 a afrontar la parte central de la prueba, sabiendo que si la superas, has dado un gran paso adelante para conseguir el reto, es la subida a Los Riscos, un bucle con un avituallamiento ante de subir y que se vuelve a pasar tras bajar, porque es una zona muy técnica y luego la bajada a el pueblo pitufo de Júzcar por el barranco de los Majales. Los kilómetros de aproximación bien, me encontré ya fuerte y motivado y milagrosamente las piernas me respondía corriendo y ahora eran mis compañeros los que no querían correr mucho porque ya las ampollas los mataban y se habían puesto un ciento de “compeeds”. La peor parte la llevaba la valiente mexicana, Paola, que llevando sólo dos años haciendo carreras de montaña, nunca había superado los 50 o 60 kilómetros y se había marcado el objetivo de hacer 80, pero las ampollas le estaban provocando un cambio en la pisada y abría el pie mucho hacia afuera. Los Riscos es un sitio increíble, muy montañero, con un terreno rocoso muy traicionero típico de un lapiaz de montaña pero que con barro muy pegajoso, se convertía en un peligro y de hecho la caídas fueron muchas. En eso 4 kilómetros para cruzar los Riscos, echamos más de 2 horas. Y lo peor vino después, la bajada a Júzcar, muy técnica, con cuerdas fijas montadas en varios sitios, destrepes muy expuestos por resbalar todo tanto y un sendero muy muy estrecho con patio de hasta 8 metros donde un fallo es el último fallo. Fuimos muy concentrados, ayudándonos todos, los que teníamos más experiencia delante e indicando los paso técnicos para asegurar. Fue una aventurilla dentro de la aventura. Pero me vino genial, muchas horas andando muy despacito y técnicamente que hicieron que tras 100 kilómetros, ya en Faraján, pues me encontraba estupendamente. Es algo curioso del cuerpo que nos pasa a muchos compañeros, tiendo a acabar casi mejor que cuando empiezo.

En Faraján se retiró la amiga Paola, ya con su objetivo conseguido y no queriendo poner más en peligro su ligamento cruzado. Desde aquí un abrazo a su marido y otro para su entrenador que tanto nos apoyaron y también a ella porque luchó muchísimo.

Muertos de frío y mojados al salir de Atajate
Y ya los tres no enfrentábamos a lo que quedaba de manera muy diferente y eso me llamaba la atención. José Ramón tenia seguro que acababa, sus piernas y su cabeza estaban fuertes y “sólo” lo estaban matando dos ampollas (que luego vimos que eran bastantes más); José Luis estaba convencido de que lo iba a conseguir porque aunque estaba cansado confiaba mucho en el grupo y nos turnábamos y eso que venía de pasar la peor parte que fue quedarse dormido dos veces en sendos avituallamientos sentado en una silla y hasta roncar. Así que ahora con el amanecer parece que recuperó optimismo. Pero yo estaba preocupado porque a pesar de llevar 3 juegos de pilas, mi gps se apagó por primera vez en una carrera y eso de no controlar los ritmos me tenía fuera de juego. Además, sabía que yo quería hacer la prueba en 28 horas y el tramo de los Riscos y Júzcar se había chupado casi 7 horas, 4 más de las previstas y eso casi se comía el margen para acabar la prueba en lo permitido que son 32 horas. Así que comenzamos a apretar pero muy poco. Se nos sumó al grupo, el suegro de JoseRa, que amablemente quiso acompañarnos, un hombre muy en forma y con excelente actitud que nos grabó vídeos, y fotos y demás y que también pensaba como yo que íbamos justos de tiempo. Pero ya se sabe que no se piensa igual de fresco a estas alturas.

El caso es que ahora venía tramos amables y yo me puse las pilas en llano y cuesta abajo con ritmos altos y mis compañeros tiraban de mi las cuestas arriba. Pero aún así no parecía suficiente. Veníamos de muchos tramos en los que cuando escuchábamos el río con sus cataratas, era mala señal y nos poníamos a temblar, habíamos bajado el fondo del barranco y seguro que luego tocaría subirlo por lo más duro e inclinado. Y eso es justo lo que ya casi no ocurría en esta parte final de la prueba, las subidas eran menos inclinadas o menos largas salvo alguna; por lo que había que apretar.

Cuando tras los 10 kilómetros que separan Atajate de Benadalid, me comenzaron a doler casi insoportablemente los pies y ver que no podía correr, y ver que mis compañeros se alejaban, me sentí abocado al fracaso. Seguí caminando sólo, durante casi 2 horas, poco tiempo en realidad pero ya muy mermado, sobre todo pensando que se me escapaba La Gran Vuelta al Valle del Genal, por poco, pero se me escapaba. El dolor en las plantas de los pies lo reconocía, eran las grietas de tantas horas mojado, no ampollas. No quise ni mirarlas.

No sé de donde saque la energía para continuar pero apreté en la subida final a Benadalid y vi a mi compañero a lo lejos, y apreté y apreté y lo alcance. Ahora le tocaba a él. Ya se sabe “en los ultras se muere y se resucita muchas veces”. Llegué a Benadalid destrozado y unos minutos después mi compañero José Luis. Nos dimos ánimos y no paramos mucho. Ya se había marchado JoseRa, el sabía que tenía que apretar para poder llegar a tiempo, era su oportunidad; ya nos había ayudado muchísimo con su conocimiento de la prueba y su manera de enfrentarse a ella.

Al salir hablamos seriamente, le dije que tenía que tirar para delante porque él tenía más posibilidades de correr rápido y que esa era la única opción, me dijo que no, que teníamos que entrar juntos. Yo le insistí que no y me dijo que de acuerdo, que un pacto de caballeros, ambos a tope y nos veíamos en la meta si la suerte nos acompañaba. Pero que no me abandonara que yo iba rápido en llano y bajadas y que el tiraba en las cuestas arriba y si podíamos juntos mejor. Sus palabras me activaron muchísimo.

Y así salimos de Benanalid, 10 kilómetros a meta y un tope de 3 horas no son nada si no fuera por esas cuentas arriba que tenían que superar todavía los 700 metros de desnivel positivo y por ese maldito dolor de de pies que ya me hacía cojear, no son nada. Y pensé en todo, en las horas de entrenamiento no realizadas, en la de veces que he deseado la épica, en mi compañera Victoria que me estaba esperando, en mi compañero de viaje José Luis y me dije, Jara, hasta el final. Y entonces ocurrió algo increíble, yo lo achaco a la subida de adrenalina porque es alucinante, de pronto salí a correr como una bala, corría cuesta abajo por encima de 10 Km/h, mi compañero me daba gritos y me animaba y casi se quedaba atrás siendo él más corredor que yo. Y cuando llegaban las cuesta arriba apretaba como nunca. Hice ese tramo de 6 kilómetros con 4 de bajada y 2 de subida en casi 1 hora ¡con más de 120 kilómetros ya en las piernas! Y lo más increíble, la adrenalina hacía que no me dolieran los pies, ni cojeaba. Algo alucinante.

Llegué al avituallamiento de Benalauría poseído, sólo; mi compañero quedó algo por detrás. No paré, tenía agua y comía de la adrenalina, se me debía ver en la cara porque el chico del avituallamiento me gritaba come, come que ya la tienes mientras otro le decía, déjalo, no ves que va encendido.

Y efectivamente seguí corriendo hasta llegar a la cuesta final, 2 kilómetros sin descanso con rampas superiores al 35 %. Y no paré de adelantar gente a la que daba ánimos porque me sobraban. Subía llorando de emoción, gritando y encendido. Fue algo único en la vida. No creo que vuelva a pasarme.

Y llegué a meta y abracé a Victoria y lloré y abracé al Chito speaker y no se si lo besé también y no cabía en mi. Y no me moví de allí durante 23 minutos eternos que tardo en llegar mi compañero José Luis al que abracé. Su arenga fue fundamental para mi, para encender ese resorte que me llevó a la meta en 31 horas y 16 minutos pero con los últimos 10 kilómetros más rápidos que los 10 primeros.

-->Me llevo una satisfacción enorme, el conocer un Valle del Genal que estaba precioso a pesar de esta otoñada inusual, unos pueblos mimados al detalle, unos caminos señalizados infinitos, unos barrancos y ascensiones por senderos técnicos muy espectaculares, unos “compañeros de viaje” excelentes, unas señoras en los avituallamientos con sus dulces caseros que hacen creer en la humanidad de nuevo, pero sobre todo me llevo de vuelta a un Jara que estaba perdiéndose y que vuelve a disfrutar de la aventura.
Radiante con el símbolo del la GVVG


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